martes, 9 de diciembre de 2008

Eran conocidos en las calles del barrio, conocidos
en todos los bares y tabernas. Él tan
serio, tan alto, tan pálido y delgado, ella
morena y frágil, tan graciosa y
pequeña. Él rondaba, más o
menos, los cincuenta, y ella debía tener no
más de veinticuatro. Él daba clases,
creo, en alguna academia, y ella estudiaba, creo,
un curso de italiano. Bebían y se amaban, o
eso parecía, discutían a veces, a
veces sonreían, se besaban y odiaban, pero
nadie es perfecto, el amor es difícil y
extraño en estos tiempos.

La noche debilita los corazones, noches de
funeral, de vino y rosas. Brindemos por el amor y
sus fracasos, quizás podamos escoger
nuestra derrota. El sol limpia las calles, la
memoria, feroces pasiones atenúa.
Invéntate el final de cada historia, que el
amor es eterno mientras dura.

Él entró una noche en el bar de
costumbre, iba vestido todo de riguroso luto,
venía borracho y solo, traía el
gesto serio, y entre las manos una corona de
difuntos. Ella le había dejado, nos
explicó sereno, y había decidido
considerarla muerta, y brindar por su olvido y su
descanso eterno, y celebrar su entierro de taberna
en taberna. Así que allá nos fuimos,
y para qué contaros: vasos vinos y risas,
alguna vomitona, abrazos de amistad, eterna
aquella noche. Requiescat y brindemos por ella y
su memoria.

La noche debilita los corazones, noches de
funeral, de vino y rosas. Brindemos por el amor y
sus fracasos, quizás podamos escoger
nuestra derrota. El sol limpia las calles, la
memoria, feroces pasiones atenúa.
Invéntate el final de cada historia, que el
amor es eterno mientras dura.

Al salir de El Almendro ya iba muy borracho, se
desplomó en el asfalto y me incliné
a su lado. Supe que estaba muriéndose de
golpe, dijo algo en mi oído, se deshizo en
mis brazos. Se lo llevó la ambulancia con
su corona y todo, y yo me fui a cumplir con su
encargo maldito. Llegué hasta el bar que
él me había indicado y busqué
a la muchacha entre el humo y el ruido. Por fin la
vi, bailaba muy despacio, refugiada en el
cálido pecho de un muchacho. Le
conté, me escuchó, se abrazó
a su pareja. Yo no sé si lloró, no
se veía apenas.

La noche debilita los corazones, noches de
funeral, de vino y rosas. Brindemos por el amor y
sus fracasos, quizás podamos escoger
nuestra derrota. El sol limpia las calles, la
memoria, feroces pasiones atenúa.
Invéntate el final de cada historia, que el
amor es eterno mientras dura

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